miércoles, 30 de septiembre de 2015



St. Therese of Child Jesus (of Lisieux)


How she became a saint?

1.          I desired…
“I have always desired to become a saint”
“It is our Father alone who can make us saints”
“I realized that our Lord does not call those who are worthy but those whom He will”.
“In our relationship with God we are very small children. We always will be. There is no need to be anything else”.
“From my childhood, I have had the conviction that I should one day be released from this land of darkness, that I should one day enter your kingdom of light”.
“God answered my prayer, since that day love has surrounded and penetrated me. God’s merciful love renews and purifies me”



2.          I took little way
“We live in an age of inventions; there are now lifts which save us the trouble of climbing stairs. I will try to find a lift by which I may be raised unto God”.
“I will seek out a means of reaching heaven by a little way – very short, very straight and entirely new”.



3.          Remained little before God
 “To search our Father in Heaven we must remain little”.
“Speak simply and our Father never fails to understand”.
 “To stay little, we must recognize our own insignificance and expect everything from the goodness of God”.
“We must stay little in order to make quick progress along the path of divine love”.
“Our Father’s mercy is our strength”.
“Our Father does not inspire us to do what cannot be done”
“Our Father asks only our good will”
“Our Father gives himself as generously to the least of His children as to the greatest”.
“When I found the words of wisdom… “whosoever is a little one let him come to me”, they gave me the confidence to draw near to God.


4.          Surrendered to our Father
 “The Way to our Father is the way of Confidence and love”.
“Our father calls us to love”
 “Hope in our Father will not be vain”.
“It is surrender to the Father that leads to love”.
“I understand clearly that it is through love alone that we can become pleasing to God and my sole ambition is to acquire it”.
“Love for our Father does not walk a path carpeted in flowers”.



5.          Understood my vocation as !Love!
“I have found my vocation at last – !my vocation is love!
 “When we love one another, our Father is acting within us”.
“Do good, hoping for nothing thereby and your reward shall be great”.
“Love alone can expand our heart”.
“Love will drive fear from my heart”.
 “Our Father sees only in the love with which we act”.
 “Our Father in his love will ask of us great things”.
“I love St. Augustine and St. Mary Magdalene, those souls to whom much was forgiven because they loved much”.
 “I understand now that true charity consists in bearing all my neighbor’s defects, in not being surprised by their mistakes, but being edified by their smallest virtues”. 











sábado, 26 de septiembre de 2015



The Holy Father Preaches the Gospel in Today’s World

He defends Human life in all its dimensions
He looks the human suffering from the eyes of the Gospel
He proclaims the Evangelical Love of the Gospel.
The Evangelical love is unconditional and universal so that it reached even to the enemy.
Un Papa que defiende la vida en todas sus dimensiones
"El amor evangélico es incondicional y universal, tanto que alcanza incluso al enemigo"

Texto íntegro de la homilía del Papa

Esta mañana he aprendido algo sobre la historia de esta hermosa Catedral: la historia que hay detrás de sus altos muros y ventanas. Me gusta pensar, sin embargo, que la historia de la Iglesia en esta ciudad y en este Estado es realmente una historia que no trata solo de la construcción de muros, sino también de derribarlos. Es una historia que nos habla de generaciones y generaciones de católicos comprometidos que han salido a las periferias y construido comunidades para el culto, la educación, la caridad y el servicio a la sociedad en general.

Esa historia se ve en los muchos santuarios que salpican esta ciudad y las numerosas iglesias parroquiales cuyas torres y campanarios hablan de la presencia de Dios en medio de nuestras comunidades. Se ve en el esfuerzo de todos aquellos sacerdotes, religiosos y laicos que, con dedicación, durante más de dos siglos, han atendido a las necesidades espirituales de los pobres, los inmigrantes, los enfermos y los encarcelados. Y se ve en los cientos de escuelas en las que hermanos y hermanas religiosas han enseñado a los niños a leer y a escribir, a amar a Dios y al prójimo y a contribuir como buenos ciudadanos a la vida de la sociedad estadounidense. Todo esto es un gran legado que ustedes han recibido y que están llamados a enriquecer y transmitir.

La mayoría de ustedes conocen la historia de santa Catalina Drexel, una de las grandes santas que esta Iglesia local ha dado. Cuando le habló al Papa León XIII de las necesidades de las misiones, el Papa -era un Papa muy sabio- le preguntó intencionadamente: «¿Y tú?, ¿qué vas a hacer?». Esas palabras cambiaron la vida de Catalina, porque le recordaron que al final todo cristiano, hombre o mujer, en virtud del bautismo, ha recibido una misión. Cada uno de nosotros tiene que responder lo mejor que pueda al llamado del Señor para edificar su Cuerpo, la Iglesia.

«¿Y tú?». Me gustaría hacer hincapié en dos aspectos de estas palabras en el contexto de nuestra misión particular para transmitir la alegría del Evangelio y edificar la Iglesia, ya sea como sacerdotes, diáconos o miembros de institutos de vida consagrada.

En primer lugar, aquellas palabras -«¿Y tú?»- fueron dirigidas a una persona joven, a una mujer joven con altos ideales, y cambiaron su vida. Le hicieron pensar en el inmenso trabajo que había que hacer y la llevaron a darse cuenta de que estaba siendo llamada a hacer algo al respecto. ¡Cuántos jóvenes en nuestras parroquias y escuelas tienen los mismos altos ideales, generosidad de espíritu y amor por Cristo y la Iglesia! ¿Los desafiamos?

¿Les damos espacio y les ayudamos a que realicen su cometido? ¿Encontramos el modo de compartir su entusiasmo y sus dones con nuestras comunidades, sobre todo en la práctica de las obras de misericordia y en la preocupación por los demás? ¿Compartimos nuestra propia alegría y entusiasmo en el servicio al Señor?

Uno de los grandes desafíos de la Iglesia en este momento es fomentar en todos los fieles el sentido de la responsabilidad personal en la misión de la Iglesia, y capacitarlos para que puedan cumplir con tal responsabilidad como discípulos misioneros, como fermento del Evangelio en nuestro mundo. Esto requiere creatividad para adaptarse a los cambios de las situaciones, transmitiendo el legado del pasado, no solo a través del mantenimiento de las estructuras e instituciones, que son útiles, sino sobre todo abriéndose a las posibilidades que el Espíritu nos descubre y mediante la comunicación de la alegría del Evangelio, todos los días y en todas las etapas de nuestra vida.

«¿Y tú?». Es significativo que esas palabras del anciano Papa fueran dirigidas a una mujer laica. Sabemos que el futuro de la Iglesia, en una sociedad que cambia rápidamente, reclama ya desde ahora una participación de los laicos mucho más activa.

La Iglesia en los Estados Unidos ha dedicado siempre un gran esfuerzo a la catequesis y a la educación. Nuestro reto hoy es construir sobre esos cimientos sólidos y fomentar un sentido de colaboración y de responsabilidad compartida en la planificación del futuro de nuestras parroquias e instituciones. Esto no significa renunciar a la autoridad espiritual que se nos ha confiado; más bien, significa discernir y emplear sabiamente los múltiples dones que el Espíritu derrama sobre la Iglesia. De manera particular, significa valorar la inmensa contribución que las mujeres, laicas y religiosas, han hecho y siguen haciendo a la vida de nuestras comunidades.

Queridos hermanos y hermanas, les doy las gracias por la forma en que cada uno de ustedes ha respondido a la pregunta de Jesús que inspiró su propia vocación: «¿Y tú?». Los animo a que renueven la alegría de ese primer encuentro con Jesús y a sacar de esa alegría renovada fidelidad y fuerza. Espero con ilusión compartir con ustedes estos días y les pido que lleven mi saludo afectuoso a los que no pudieron estar con nosotros, especialmente a los numerosos sacerdotes y religiosos ancianos que se unen espiritualmente.

Durante estos días del Encuentro Mundial de las Familias, les pediría de modo especial que reflexionen sobre nuestro servicio a las familias, a las parejas que se preparan para el matrimonio y a nuestros jóvenes. Sé lo mucho que se está haciendo en sus iglesias particulares para responder a las necesidades de las familias y apoyarlas en su camino de fe. Les pido que oren fervientemente por ellas, así como por las deliberaciones del próximo Sínodo sobre la Familia.

Con gratitud por todo lo que hemos recibido, y con segura confianza en medio de nuestras necesidades, dirijámonos a María, nuestra Madre Santísima. Que con su amor de madre interceda por la Iglesia en América, para que siga creciendo en el testimonio profético del poder que tiene la cruz de su Hijo para traer alegría, esperanza y fuerza a nuestro mundo. Rezo por cada uno de ustedes, y les pido que, por favor, lo hagan por mí.